Oriente Próximo fue testigo de la frenada hegemónica de Moscú en Siria tras conseguir el presidente ruso Vladímir Putin, en diciembre de 2017, una gira triunfal que le llevó a Egipto y Turquía en una misma jornada.
Ante la reciente decisión de la Casa Blanca de replegar sus tropas en el país árabe (2.000 militares) la balanza se inclina en beneficio del Ejército del régimen de Damasco y de sus asociados chiíes de la Guardia Revolucionaria iraní y la guerrilla libanesa de Hezbolá.
La salida de estas fuerzas estadounidenses irán en detrimento de las milicias kurdas, amenzados por Turquía, y de la seguridad de Israel, su gran aliado en la región.
Paulatinamente Rusia ha ido ocupando el vacío dejado por Washington recuperando su papel de potencia indispensable en la región y que perdió tras el colapso de la Unión Soviética.
Dificultades de EEUU para mantener su hegemonía en Oriente Próximo
Estados Unidos se enfrenta al fracaso con los expredidentes estadounidenses George W. Bush, en la gestión de la posguerra iraquí y la salida de las tropas anticipada con Barack Obama, quien dio al Kremlin la señal para sustituirle al negarse en el año 2013 a intervenir en Siria tras lo que fue el mayor ataque con armas químicas registrado en los siete años de guerra civil.
La intervención militar rusa en apoyo del régimen dio un vuelco al conflicto en 2015, el Ejército gubernamental se encontraba acorralado ante el avance de fuerzas rebeldes (armadas por EEUU, Turquía y Arabia Saudí).
La derrota en la Batalla de Alepo de la oposición, hace ahora poco más de dos años, acabó por decidir el curso de la guerra, a favor de El Asad y con Rusia, usando la base aérea de Hamimin (Latakia) y el puerto de Tartus, único de su flota en el Mediterráneo.
Antes de la declaración de ‘misión cumplida’ en la lucha contra el Estado Islámico (aunque permanezcan más de 15.000 combatientes yihadistas activos), la Casa Blanca ya había cedido al Kremlin la iniciativa diplomática para concluir el conflicto de la mano de Irán y Turquía.
En Siria la provincia de Idlib es el último reducto en manos rebeldes y Ankara tutela el que será su futuro, mientras Teherán dirige las fuerzas de choque que amenazan con desalojar a los insurrectos.
Las fuerzas kurdas han estado a la cabeza de la lucha contra el Estado Islámico, pero ante la decición del presidente estadounidense Donald Trump, volverán a quedar relegadas a la historia como ya les sucedió hace un siglo tras la Primera Guerra Mundial cuando lucharon contra el Imperio Otomano sin recibir la recompensa que se les prometió, un Estado propio.
Israel es uno de los primeros países en reconocer esta hegemonía rusa en Oriente Próximo, pero ha perdido la conexión fluida con Moscú tras el derribo de un avión ruso el pasado septiembre en Siria, que fue abatido accidentalmente por la artillería siria en medio de un ataque israelí.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha viajado a Rusia hasta en siete ocasiones desde finales de l año 2015 para tratar un sistema que evite los enfrentamientos accidentales.